Quedamos en encontrarnos a las cinco en la esquina del pino. El camino arduo, paso por paso, casi sin entender, avanzo. A lo lejos la veo, con remera de verano y bolso bandolera. Todavía no entiende bien las calles, así que cree que llegaré por aquel otro lado. Se imagina que daré la vuelta por la esquina, casi que puede hacer con mi otra imaginaria el recorrido juntas. Ya a menos de media cuadra de su espalda, aunque espero sorprenderla, se gira, y es allí donde sucede lo inexplicable: miradas que se encuentran, sonrisas inevitables, mirar hacia abajo, una tenue tibieza. No dejamos de preguntarnos ¿porque? que nos vuelve extrañas en esta distancia, si somos las mismas, ¿ sera que el abrazo, el saludo y la pregunta están tan materialmente lejos?, detestamos no poder volar esos instantes. Aquellos pasos de distancia parecen tener el poder del conocer, cuanto mas cerca, menos distintas. El saludo empieza a una distancia tan lejana que si dejáramos caernos así sucedería, pero preferimos los tropezones y las mejillas en sus limites. Hablamos y hacemos como si nada hubiese existido, como si nuestra amistad fuese tan cómplice, transparente y coherente que nada podría entrometerse. Pero no se sabe porqué, quizas alguna distraccion de nuestra cultura que se olvidó de aquellos instantes de diferencia que separan excluyentemente el estar solos del estar acompañados.
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ResponderEliminarte quiero mucho luce
ResponderEliminarjulia, la inventada